Desde la primera vez que lo vio, lo amó. Un amor intenso e incondicional, no podía dejar de mirarlo, aunque no podía tocarlo. Se moría de ganas de estar junto a él.
Le prestaba toda su atención, cada día lo perseguía, lo observaba, lo miraba de lejos de cerca, veía todos sus detalles.
Y es que era bello, dulce, muy dulce, temía por perderle para siempre, el no tenerlo a tiempo. No se atrevía a dar el paso, pero sabía que estaban destinados a encontrarse, sus caminos pronto se iban a unir.
Y se enamoró. Así. Sin más.
Un día llamaron a la puerta de su casa, alguien desconocido vio por la mirilla. Era un mensajero, no podía creerlo, ya estaban juntos.
Había llegado a su casa y no iba solo, una carta le acompañaba. Hermosas palabras y de contenido dulce… Todos sus sentidos estaban activos.
Era fascinante, un momento único, en mitad del salón estaba esperando a ser abierto, pero aún no se atrevía a vivir ese emocionante momento. Faltaba aún algo.
De repente vuelve a sonar el timbre de la puerta, un escalofrío y nerviosismo tenía en su cuerpo. Era otra vez el amor, su pareja llegaba, ahora sí, era el momento de compartir tan dulce experiencia.
Ya estaban juntos para disfrutar en sus sentidos de ese desayuno tan especial, tan hermoso, hecho a mano y con mucho cariño por una Abuela.
Los dos se fundían en un hermoso beso y un fuerte abrazo, estaban celebrando su mejor San Valentín.
QUIERO HACER REAL ESTA HISTORIA